Y derepente la puerta se abrió y hay estabas, tan pálida como siempre, tan triste y melancólica.
Mi sonrisa no parecío afectarte en absoluto, pues seguiste con tu silencio.
Puse mi mano sobre la tuya, y miré tus ojos, que no me devolvían nada, como si de un ciego se tratara.
Suspiré.
-Hablame- imploré.
Tus ojos parecieron enfocarme, pero no hubo mas reacción.
Cerré los ojos un momento, esperando que hicieras algo.
-Has algo, di algo lo que sea , por favor- supliqué desesperada.
-Me estoy muriendo Rachel, y tú lo sabes-dijo.
Mis ojos se abrieron sorprendidos, y de mi boca no salían palabras.
-Te...te juro que no sabía na...nada-tartamudeo.
Tú sonries y mientras me apretas la mano te acercas y me dices.
-Lo sabes perfectamente amiga, pues tu eres la Muerte, querida y estas invitada-y con su último aliento en esas palabras calló desplómada como si de una pluma se tratase.
Derepente sentí como si me estuviera muriendo o eso creo, pero era en mi mente no había dolor en absoluto, era como si me desmayara pero sabiendo que iba a morir.
Mi mente abandó a Rachel dejando allí el sueño de una mujer, un sueño de amistad.
Y cuando el sol se valla , esperó que no sean olvidados los que un día soñaron y desearon.
Alientos sin destinos.
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