Antes de salir fuera se puso la sudadera negra raída, el viento de la noche que se colaba por la ventana estaba helado.
Recogió la caja de cigarrillos del suelo, estaba arrugada de tanto manosearla, y solo tenía tres cigarros dentro, suficiente.
Salió por la ventana a la azotea, el ruido de la noche lleno su cabeza y el viento le despejo, saltó el pequeño muro que lo dejaba justo en una cornisa desde donde podía ver la caída, el paso de los coches, las luces...
Apoyó las caderas en el muro, era bajo, y se encendió un cigarrillo con el mechero que tenía en los vaqueros. El humo lejos de relajarle, le daba la sensación de autodestrucción que necesitaba esa noche.
Mientras el humo desaparecía en la noche ella saltó por la ventana, se quedó mirando su espalda y el humo que desprendía su cigarro al consumirse, a veces sentía que eso es lo que él quería, consumirse como ese cigarro, desaparecer.
Se subió al muro en silencio, y se sentó detrás de él, su cabeza estaba a la altura de la de él dado que estaba recostado.
Sin inmutarse él la miró de reojo, y le sonrió, una simple elevación de una comisura, pero sabía que era una sonrisa.
Sin embargo, ella no se la devolvió le quito el cigarrillo de entre los labios, y le dio una calada, profunda, hasta sentir el humo en sus pulmones, hasta escuchar el chasquido del tabaco al consumirse en la noche y convertirse en humo.
-Ya veo lo que haces- dijo él en voz baja sin virarse, ni intentar quitarle el cigarrillo.
-¿ A sí?- dijo ella
-Sí- dijo él mirándola esta ve
z. Una mirada que decía que ya no podía ser salvado.
Ella rió en silencio.
-Ya veo, crees que quiero salvarte, quitarte aquello que te mata para morir yo- se quedo un rato en silencio, mientras le daba otra calada- pero te equivocas- no lo miraba, miraba a la noche, al cielo, a las estrellas- no, yo soy más egoísta, yo no quiero salvarte, yo quiero morir contigo.
Y eso fue todo, le devolvió el cigarrillo y se quedo allí sentada, detrás de él, viendo la noche convertirse en día. Y sin quererlo le salvo.