domingo, 15 de septiembre de 2013

No sé si conocéis esa sensación al acabar un libro, de que una parte de ti a cambiado, hay algo en tu interior que se siento diferente, más sabio quizás, más intenso también. Puede que no ocurra con todos los libros, pero cuando encuentras un libro de verdad, esos que te sacuden el alma y te la parten en dos y simplemente estas llorando desconsoladamente. Es un momento desgarrador.
Es en esos momentos- en mi caso a altas horas de las noche desesperada por ese final feliz- que me doy cuenta que casi todos los libros que me han dejado llorando por un final amargo, son los que con más cariño recuerdo. Seguramente porque son esos libros los que de verdad te hacen ver la vida como es. Un sin fin de emociones crudas que igual que te llenan de vida, te pueden partir en dos.
Pero si algo he aprendido de los libros, es que nunca, jamás de los jamases debemos dejar que el miedo nos impida amar y amarnos.
Al igual que esas pequeñas partes de mi que cambian y evolucionan, también siento esas que siempre van a estar ahí. Mi pasión por escuchar música en cualquier situación y momento-algo que al parecer heredé de mi padre-, mis ganas de encontrar un buen libro en el que perderme, la felicidad que me embarga esos momentos de llantos,risas y bailes con mis amigos y familiares, esas locas prisas cuando veo la playa por zambullirme en el agua y flotar a la deriva como si fuera parte del mar...
No sé a veces siento que nunca he cambiado, que soy la misma de siempre, y otras siento que no, que soy algo completamente distinto y que si me miro en el espejo probablemente no me reconoceré.
Sin embargo debajo de todos esos cambios, de todos esos giros, sigo siendo yo. Y me parece algo hermoso.
Pero otras veces cuando estoy sola en la cama y no puedo dormir, me parece perverso. Como a pesar de todo sigo siendo tan cobarde, tan hipócrita. Como después de tanto tiempo, de tantas sensaciones, de tantos cambios, de tantas decepciones y alegrías siga siendo aquella niña asustadiza. A la que le da miedo decir las cosas en voz alta, como si al no hacerlo lo hiciera menos real menos factible.
Supongo que esos son cosas que todavía he de pulir, de comprender.
Aunque, ¿sabéis qué?, esas noches llorando me hacen crecer un poquito, me hacen sentirme un poquito más fuerte, me dan un poquito más de esperanza.
Me dan un poco de vida.